En los últimos 3 años, se registraron más de 31 mil casos de violencia contra la mujer en Cusco, según la Oficina Especializada en Delitos de Violencia contra la Mujer.
Fátima tiene 14 años y una rutina más allá de lo usual: Hace el desayuno, alimenta a sus cuyes y caballos en la chacra, va al colegio, hace tareas y trabaja diariamente por combatir la violencia de género y los feminicidios en su comunidad de Acomayo, Cusco.
Cusco: ¿Cuál es el límite entre las costumbres y los derechos?
Acomayo, la tierra de Fátima, es una de las trece provincias de la región y está a 3 horas desde la ciudad del Cusco por carretera. La diversa vegetación, lagunas y constantes lluvias, hacen de la agricultura y la ganadería los principales sustentos de las familias acomayinas.
Esta provincia tiene una vasta herencia cultural, visible en sus templos, puentes coloniales y fortalezas incas. Pero, también, mantiene un notable arraigo hacia costumbres y creencias impuestas de antaño, situación que las mujeres de Acomayo hoy buscan enfrentar.
“La mayor problemática que observo en mi región es el feminicidio, porque a través del machismo los hombres piensan que las mujeres las engañan, piensan que somos un objeto. Asesinan a las mujeres solo por ser mujeres”, señala Fátima.
En el colegio, Fátima afirma que nunca hubo igualdad entre hombres y mujeres y cuenta que, desde pequeños, los hombres son criados para ser los únicos en tener una carrera, decidir sobre el hogar, e, incluso, sobre la vida de las mujeres: “Los chicos tratan de insultar a las chicas, hacerlas sentir menos. No las dejan jugar al fútbol, piensan que no podemos ser como ellos porque no tenemos esas oportunidades”.
¿Quién se hace cargo de la desigualdad?
La mujer cusqueña no sabe si llegará a la noche. No se siente segura, siquiera, en su propio hogar. Aun así, esta problemática no es prioridad para las políticas públicas de la región, para las escuelas o los medios.
Tras bambalinas, niñas y adolescentes se ven forzadas a tomar liderazgo para eliminar la mochila de machismo, estereotipos y violencia que cargan tras generaciones: “En mi comunidad es común ver a niñas y adolescentes lideresas. Yo soy una de ellas. Ocupo el cargo de Regidora por los derechos de las niñas y adolescentes en mi colegio”, comenta Fátima con orgullo.
Fátima es, además, educadora par del proyecto Decidir sin Violencia. Como ella, decenas de adolescentes aprenden y enseñan a las comunidades sobre cómo vencer los estereotipos, la violencia de género y el embarazo adolescente para alcanzar la igualdad.
Como parte de su gestión como activista, Fátima participó en el Encuentro de Niñas, adolescentes y mujeres Lideresas en Machu Picchu, en donde representó a sus pares con una canción que puso sobre la mesa todos los retos a los que se enfrentan:
“Yo era la voz de todas las niñas y adolescentes”.
Desafiando el tiempo
El acercamiento con la problemática del embarazo adolescente y la clara falta de servicios de salud sexual y reproductiva, reafirmaron el deseo de Fátima por convertirse en obstetra, profesión que anhela desde los cinco años. Y, como complemento de su carrera, ella está determinada a convertirse en voluntaria de Plan International para apoyar a las niñas y adolescentes a tener una vida segura y digna.
La joven activista sabe que, aunque las voces de las niñas suenen, aún hace falta alguien que las escuche: “A los adultos les diría que se informen. ¡Que escuchen las voces de las niñas y adolescentes que exigen sus derechos!”, afirma mientras nos cuenta que sensibilizar a la adultez y a las autoridades sobre sus demandas debe ser parte del plan.
Según el Foro Económico Mundial, faltan 131 años para alcanzar la igualdad en el mundo. Pero niñas como Fátima son capaces de vencer el reloj. ¿Lo crees tú también?
Elaborado por: Flavia Franco Rivera
Contacto: flavia.franco@plan-international.org
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